Aquella gota resbaló por
mi seca piel, lenta e inconstantemente hasta llegar a mis labios, que como yo,
quedaron inmovilizados. Que sensación tan dulce. Espera… ¡una gota! Demasiado
tarde. En cuanto miré ese oscuro cielo mis gafas ya necesitaban de aquél
parabrisas en el que siempre pienso cuando se impregnan de agua y al no poderlas
secar. ¡Madre mía! Correr ya era tarea inútil. Así que me quedé parada, como si
hubiera estado esperando aquella dulce lluvia.
Y yo allí, en medio de la
calle desprotegida como siempre. Mientras mí alrededor parecía haber dado al
botón de avance rápido yo retrocedía. Como si ellos me estuvieran robando el
tiempo, avanzando el suyo y ralentizando el mío.
Ya era tan tarde para mí, siempre llegando tarde, ¡menuda novedad! No sé qué pensaría la
gente de alrededor, personajes ahora inmutables para mí, al verme sonreír bajo
esa cortina de dulzura a la vez que ellos corrían a un lugar seguro.
Nunca hubo lugar seguro
para mí les hubiera dicho, siempre fui una chica sin rumbo ni lugar al que
llegar, que siempre llegaba tarde porque su destino era el camino nunca un
lugar fijo. Que se entretenía cazando mariposas que nunca llegaron a su
estómago, que se tumbaba en la fría hierba después de cada tempestad a
contemplar el arcoíris y a saborear el olor que aquellas frías plantas
transmitían a su piel. Algo que solo tenía sentido para mí. Dulzura.
Ahora todos aquellos
edificios habían desaparecido, todos los ruidos de la calle, de los coches, de
la gente…solo quedaban mis recuerdos. La mariposa lila que vi de pequeña y
siempre soñé ser, los bosques encantados que siempre quise conocer y el olor de
la lluvia. Nostalgia.
Abrí los ojos y había
parado de llover, pero no dejé de sonreír. Por fin mi cuerpo empezó a coordinarse
al ritmo del tiempo. Sabía perfectamente a dónde me tenía que dirigir.
Un abrazo.
Un abrazo.